Detenciones, palizas, asesinatos. Ser gay o lesbiana
en Uganda supone jugarse la vida
El Gobierno propone su ejecución; los predicadores
siembran odio entre sus fieles
‘El País Semanal’ y Canal + retratan a víctimas y
verdugos de la homofobia
La gente
cree que lo nuestro es una enfermedad y que se nos puede curar. Por eso muchas
lesbianas han sufrido lo que llaman violaciones correctivas. Te hablo de
violaciones múltiples, de varios hombres abusando a la vez de una joven porque
creen que si te violan en grupo te convencerás de que te gusta ser mujer y de
que te gustan los hombres. Pero es que además, como resultado de esas
violaciones, muchas lesbianas han acabado contagiadas de sida”. Jay Mulucha, de
26 años, es la presidenta de Fem
Alliance Uganda. Habla pausado y mirando a los ojos al periodista,
consciente de la atrocidad que está contando. Como diciendo: “¿A que es fuerte,
verdad?”. Mulucha saca su cámara digital y busca entre las últimas fotos. Su
rostro magullado e hinchado aparece en la pequeña pantalla. No hace falta
ampliar la imagen. Varios jóvenes la golpearon en plena calle, en un mercado,
después de que unas mujeres la increparan por vestir de manera masculina. “Tal
y como visto hoy”, señala, “pantalones beis ajustados y una camisa negra”. Así
es el día a día de los gais y lesbianas en Uganda. Acoso constante,
persecución, criminalización. Pequeños pasos de una calculada estrategia para
oficializar la homofobia de Estado.
Por eso,
de muchos de los y las valientes que aparecen fotografiados en este reportaje
solo podemos dar su nombre de pila: Hush, Kim, Patrick, Musa, Williams. Estos
jóvenes se han puesto a la vanguardia de la dignidad en su país sabiendo que
sobre ellos pesa la posibilidad de una condena a muerte. Y eso es mucho decir.
Y es mucho arriesgar. Durante esa sesión de fotos sabían que la policía podía
aparecer en cualquier momento y detenerlos, pero esta gente tiene claro que
solo desde la resistencia, desde la tenacidad, pueden resistir a esa ola
inquisitorial que los quiere muertos. Muchos de ellos han sido expulsados de
sus casas y de sus familias. Algunos se refugian en casas de seguridad que
diferentes organizaciones de apoyo a sus derechos tienen por toda Kampala. Una
especie de pisos francos donde encuentran cama, comida y una verdadera familia.
La semilla del odio la
están sembrando personas como el pastor Solomon Male (aquí). “La homosexualidad
es una adicción”, dice. / Hernán Zin
La
homosexualidad es un delito en 80 países del mundo. En algunos, como en
Irán, Yemen o Arabia Saudí, donde se aplica la sharia, ese delito se
paga con la muerte. Uganda,
uno de los países más profundamente cristianos de África, también ha decidido
modificar su código penal para condenar a muerte a los homosexuales. El
proyecto de ley, actualmente en discusión en el Parlamento de Kampala,
contempla la ejecución para la llamada homosexualidad agravada o reincidente, y
la cadena perpetua para todo aquel sorprendido teniendo relaciones sexuales con
alguien del mismo sexo. “La ley afecta a todo el mundo, no solo a los
homosexuales”, cuenta Jay, “porque si conoces o sospechas que alguien es gay, estás
obligado a denunciarlo bajo pena de tres años de cárcel. A nosotros nos meten
la perpetua o la condena a muerte. Nos matan. Pero si tienes un hijo, una hija
o un tío que sean gais, o los denuncias o vas a prisión”.
LE
LLAMAN ‘LEY MATA-GAIS’
El autor
de la conocida ya como ley mata-gais es David Bahati, un joven
diputado del Movimiento de Resistencia Nacional, el partido del presidente
Yoweri Museveni. Algunas malas lenguas dicen que ha sido elegido por otros
parlamentarios más veteranos y más resabiados para ser el que defienda una ley
tan polémica, porque el riesgo de quemarse en el intento es alto. Pero Bahati,
voz contenida, discurso afable en las formas, incluso frío, se cree elegido
para una misión muy especial: “La homosexualidad es ilegal. Es inaceptable en
nuestro país. Queremos frenar su expansión. El contagio de nuestros niños. Sus
fuentes de financiación. Queremos asegurarnos de que no se producen matrimonios
entre homosexuales”. Bahati cree que la homosexualidad es un hábito. Un hábito
que se aprende y que, por tanto, se puede desaprender. Sigue defendiendo la
pena de muerte, aunque la fuerte presión internacional, sobre todo de los
países que más ayuda a la cooperación y el desarrollo entregan a Uganda, está
haciendo al Congreso repensar la ley. Bahati admite que igual no consigue que
se apruebe la pena de muerte, pero que la cadena perpetua puede ser una buena
alternativa. “Ustedes en España también tienen gente que rechaza la
homosexualidad y sus matrimonios. Pues yo pertenezco a ellos”, dice sonriendo.
Cuando le hago notar que en España, pese a las diferentes opciones sobre el
matrimonio gay, nadie plantea su ejecución o encarcelamiento de por vida,
responde que cada sociedad tiene sus propias leyes y puntos de vista: “Ahora
estamos investigando a todas esas ONG que están promoviendo la homosexualidad.
Se esconden en actividades de lucha contra el sida, o la pobreza, o la
promoción de los derechos humanos, pero resulta que aquí, en Uganda, no
consideramos la homosexualidad como un derecho fundamental”. Le pido pruebas, y
no tiene; le pido números, y habla de rumores. Bahati dice que el 95% de la
población rechaza la homosexualidad, pero no tiene la encuesta.
¿Qué le
ha pasado a este país, uno de los más mimados por la comunidad internacional? ¿Qué
ha ocurrido en este paraíso de turistas, la llamada perla de África, donde nace
el Nilo blanco, para que sus diputados crean que, por encima de acabar con la
pobreza, el sida o la malaria, sea prioritario poder ejecutar al que se declare
homosexual? Uganda es un país cristiano. El 90% de su población es, a partes
iguales, católica y anglicana. La religión está muy presente en la vida diaria
y los programas de telepredicadores tienen un enorme seguimiento. Activistas de
derechos humanos y observadores internacionales coinciden en que la llegada
masiva de dinero y misioneros desde Estados Unidos ha modificado los principios
de convivencia. Uganda se ha convertido en la nueva tierra de promisión para
algunas iglesias evangelistas norteamericanas. Todo avión que aterriza en el
aeropuerto de Entebbe trae entre sus pasajeros una cantidad considerable de los
llamados cristianos renacidos, jóvenes de Ohio, Indiana o Wisconsin que vienen
a esta tierra prometida en misión divina. Telepredicadores norteamericanos como
Lou Engle, fundador del movimiento La Llamada, o Scott Lively, que escribió un
libro titulado, atención, La esvástica rosa, se han acercado por
Uganda y han encontrado en su odio al homosexual la manera de diferenciarse de
otros credos. Ellos han convencido a los pastores locales de que los gais
tienen una agenda oculta para reclutar niños ugandeses en las escuelas y que la
homosexualidad es un hábito que se puede curar. El resultado es que muchos
predicadores traducen esas ideas directamente desde el Viejo Testamento en
términos de odio, aversión y xenofobia.
REVERENDOS
DEL ODIO
“Yo amo a
los homosexuales. Yo salgo a la calle a buscarlos y a decirles: ¡Eh, estás
poniendo en peligro tu vida! Yo les aconsejo. ¡Y tú me llamas a mí reverendo
del odio!”. A Solomon Male se le inyectan los ojos en furia y una vena de ira
cruza su frente de izquierda a derecha. Mira con una mezcla de rabia e
indignación que realmente no parece impostada. Está convencido de lo que dice.
Male es un pastor evangélico que lidera la llamada Coalición Nacional contra la
Homosexualidad en Uganda. “La homosexualidad es una adicción. Es un hábito que
se aprende. Y cuando alguien cae, se convierte en un adicto”, insiste. Male ha
curado a muchos homosexuales, o eso dice. ¿Cómo? Consejos, oración y fuerza de
voluntad, según el pastor. Su discurso es agresivo y directo. En su Facebook se
compara con Martin Luther King y asegura que no es como otros pastores, que él
no regala indulgencias por dinero, lo que llama “góspel de la extorsión”. Eso sí,
cobra por curar la homosexualidad. Tampoco es capaz de decir a cuántos ha
curado. Muchos, es su respuesta. Cuando le digo que sus invocaciones
dominicales contra los gais, que sus discursos llenos de rencor son
invitaciones a que la gente actúe por su cuenta, vuelve a enfadarse: “Vosotros,
occidentales, que sois prohomosexualidad, solo queréis oír un lado de la
historia: que los gais están siendo perseguidos. Pero no queréis escuchar que
los homosexuales son dañinos”.
Solomon
Male es un personaje peligroso porque es capaz de canalizar todo su odio con
una gran capacidad de seducción y unas supuestas evidencias científicas. Su
elocuencia encandila a sus entregados feligreses. Como Martin Ssempa, otro de
esos reverendos catódicos que están siempre en las tertulias radiofónicas y que
se han convertido en estrellas mediáticas en su país. “Se dicen todo tipo de
mentiras sobre mí. Que si predico para matar homosexuales, que si llevo
pistola, que si corto cuellos, que soy supermalo y muy peligroso. Lo único que quiero
es que se sepa que la homosexualidad es un crimen, una abominación, un estigma,
un tabú”, me grita a la cara.
Ssempa
está casado y tiene cuatro hijos. Es probablemente uno de los pastores más
famosos de Uganda, y toda una estrella en Internet. Un vídeo suyo en el que da
una conferencia sobre la maldad de ser gay alcanza la nada despreciable cifra
de siete millones de visitas. Ssempa tiene su iglesia dentro de la
Universidad de Makerere, la más grande de Kampala. Se asegura así un público
joven, fértil y muy maleable. Su cruzada antigay ha disparado su popularidad.
Al final de la entrevista le pregunto qué pensaría de mí si le dijera que soy
gay, y Ssempa responde rápido, furioso: “Según la ley, Jon, tú eres un criminal
y deberías ir a la cárcel. A los ojos de Dios eres un pecador. Y según mi
opinión, necesitas ayuda. Yo soy pastor, puedo aconsejarte, y puedes cambiar”.
Mientras charlamos, Ssempa no deja de saludar a seguidores y fans. Tiene don de
gentes. Sabe hablar y sabe llegar. Y ese es el peligro. Acude a tertulias
televisivas porque es simpático e histriónico, pero aprovecha para que su
mensaje vaya calando, como lluvia fina, y conseguir adeptos o al menos
silencios cómplices. Caldo de cultivo de una futura cacería de gais.
“NO
CONSEGUIRÁN ELIMINARNOS”
A 40
kilómetros de Kampala, en la pequeña aldea de Seya, está la tumba de David
Kato, el más destacado de los militantes gais asesinados en los últimos años.
Su muerte disparó las alarmas de la comunidad internacional. Fue la primera luz
roja de un posible pogromo contra los homosexuales porque Kato era el más
significado de los activistas. El más conocido. El propio presidente de EE UU,
Barack Obama, condenó personalmente su asesinato. “Puede que quieran matarnos a
todos, pero no conseguirán eliminarnos”, dice ante la tumba John Wambere, amigo
íntimo del difunto Kato y también militante gay. Wambere mide casi dos metros y
todo el mundo le llama Long John. Lleva una camiseta morada en la que
se puede leer, sobre un mapa de África, 37 maneras diferentes de decir
homosexual en el continente: kuchu, shoga, busti… Dice: “Aquí todo el
mundo es creyente y los líderes religiosos desempeñan un papel fundamental por
su capacidad de influencia. A individuos como el famoso Ssempa se les da
espacios en las radios para soltar lo que quieran, pero si yo voy a defenderme,
estaría promoviendo la homosexualidad”.
David fue
asesinado poco después de que su nombre, su cara y su dirección aparecieran
publicados, junto a los de otros 100 homosexuales, en un periódico
sensacionalista que incitaba a sus lectores a que “los ahorcaran”. Durante
semanas, el rotativo exhibió impúdicamente las identidades de Kato, Long John y
otros muchos gais que se vieron expulsados de sus trabajos o apartados de sus
familias. Aquellos artículos contaban patrañas como que la homosexualidad
acorta la vida en 24 años y es más peligrosa que fumar, o que los gais tenían
un plan secreto para reclutar a un millón de niños ugandeses en las escuelas.
Esos titulares trajeron muertes y muchas palizas. Lo más sorprendente es que
cualquier taxista de Kampala, cualquier camarero al que le preguntes por los homosexuales,
te repite esas ideas. Porque las han leído o las han escuchado en los sermones
dominicales o en las tertulias políticas. Y en un país con un 25% de
analfabetismo no se cuestiona a los líderes políticos o religiosos. Una
intoxicación informativa de manual. El paso previo a lo que algunos sociólogos
llaman “eliminacionismo”.
Long John es muy pesimista y piensa que la
ley se aprobará. Él tendrá que pasar a la clandestinidad o huir del país. La
homofobia crece, alentada por políticos sin escrúpulos y reverendos mesiánicos
como Ssempa, que entre bromas, y como si fuera gracioso, hablan de un futuro
“gaynocidio”. “Yo a los que temo de verdad es a los que nos rodean”, confiesa
Long John, “a los vecinos, los taxistas, los compañeros de trabajo. Esos son los
que nos van a caer encima antes de que llegue la policía. Ya ha habido
linchamientos y gente que se ha tomado la justicia por su mano. Si te pillan
antes de que venga la policía, estás muerto”.
El
ministro Simon Lokodo es uno de los más aficionados a presentarse rodeado de
agentes en reuniones clandestinas de activistas homosexuales y detenerlos a
todos. Lokodo es sacerdote católico, y es el ministro de Ética e Integridad del
país, lo cual, me insiste, no le plantea ningún dilema ético o moral: “Los homosexuales
son muy peligrosos, porque pueden acabar destruyendo la humanidad. ¿Por qué? En
primer lugar te diré que son unos pervertidos que han perdido la orientación
natural de la sexualidad, es decir, la reproducción. ¿Por qué no creó Dios solo
hombres? En segundo lugar, por las leyes de la física. ¡Está claro! Dos polos
diferentes se atraen. Dos polos iguales se repelen…”. Lokodo habla tranquilo,
sin sobresaltos, sin dar la sensación de que está sermoneando. Está
acostumbrado a recibir a periodistas europeos que le miran con cara de
estupefacción e incluso indignación. Creo que hasta disfruta de forma un tanto
sádica desempeñando ese papel. Lokodo confiesa que él no está a favor de la
pena de muerte, pero sí del encierro de por vida, “para aislarlos y que repiensen
lo que han hecho”.
La
Constitución ugandesa dice que no es un crimen ser homosexual, sino cometer
actos de homosexualidad. ¿Cómo resuelve el ministro de Ética esa contradicción
jurídica para poder detener a su antojo a los homosexuales que quiera?: “Hay
que distinguir una condición de una acción. Si eres lesbiana o eres homosexual,
y haces gala de ello, entonces estás en proceso de cometer un acto de
lesbianismo u homosexualidad. Es decir, un crimen”. A Lokodo no le tiembla ni
un músculo al decir que la homosexualidad es ilegal, inmoral, criminal y, en
definitiva, según me insiste, una abominación. Su cercanía al presidente del
país le hace todavía más peligroso por su capacidad de influencia. ¿Es
necesario un ministerio de Ética? Por supuesto, insiste. Le digo que los
talibanes también tenían su ministerio para la Promoción de la Virtud y la
Prevención de la Inmoralidad. “¡Me parece muy bien que lo tuvieran!”, exclama.
Seguro que Lokodo, en cuanto vea este reportaje, pide a su policía antivicio que
identifique a los gais y lesbianas que aparecen aquí. Ellos y ellas lo saben.
Lo asumen. Pero se comen el miedo. Porque, como dice Long John, “si nos
seguimos escondiendo, dirán que no existimos”.