Las excavaciones en el yacimiento de los guerreros de
terracota continúan deparando sorpresas, pero nadie se atreve a abrir la tumba
del emperador. Podría ser mortal
Zigor Aldama Shanghai ELPAÍS
En Xi’an necesitan a Indiana Jones. Porque
nadie quiere ser el primero en cruzar la puerta del palacio
subterráneo que guarda la tumba del emperador Qin Shihuang (259 - 210 A.
C.). Y no es para menos. Aparte del cuerpo del hombre que unificó China, no se
sabe qué hay en su interior. La leyenda cuenta que está repleto de tesoros, pero
también de trampas que aguardan a quien trate de acceder al lugar.
Los científicos, que este mes han dado con un
conjunto de diez edificios que abarcan 690 metros de largo y 250 metros de
ancho, no se pronuncian al respecto, pero hay indicios que podrían confirmar el
mito. Se ha encontrado gran cantidad de mercurio que podría ser utilizado como
veneno contra saqueadores, y los planos que han dibujado los arqueólogos chinos
utilizando avanzadas técnicas de volumetría subterránea hacen pensar que el
complejo funerario, cuya distribución tampoco está clara, guarda todo tipo de
sorpresas desagradables, incluidas flechas que se dispararían solas.
A juzgar por el revestimiento de cromo
encontrado en algunas de las esculturas descubiertas hasta ahora, las armas podrían
ser todavía totalmente funcionales. Además, su sarcófago permanece cerrado en
el interior de una pirámide de 76 metros de altura, cubierta de tierra y
preservada por un complejo sistema de drenaje, que no va a ser fácil abrir. De
hecho, el Gobierno se niega a conceder todavía los permisos para intentarlo,
porque considera que no existe tecnología suficientemente avanzada como para
asegurar que el interior no se vea afectado con la apertura.
Donde sí que continúan las excavaciones es en
las cuatro gigantescas naves habitadas por miles de figuras ancestrales. Allí,
cada poco tiempo los arqueólogos desentierran, con el mimo propio de una madre
y la precisión de un cirujano, nuevas esculturas que todavía se esconden en el
subsuelo. Sucedió en junio, cuando desenterraron 120 figuras de soldados,
acróbatas y trovadores, que acompañan a Qin en un mausoleo que parece no tener
fin.
Un campesino dio por casualidad con el
primero de los yacimientos en 1974 y, desde entonces, los arqueólogos han
dejado al descubierto más de 6.000 figuras, todas ellas diferentes, de un total
estimado en unas 8.000. Pero el ejército de terracota es solo la punta del
iceberg de uno de los mayores descubrimientos de la era moderna, y continúa el
debate sobre lo que realmente se oculta bajo el suelo.
Incluso hay quien duda que las figuras
representen a hombres de guerra. Jiu Jiusheng, historiador y estudioso del
conjunto, aseguró en un informe que se trata de sirvientes, guardaespaldas, y
parte de la corte del sanguinario emperador. Teorías, sin duda, no faltan. De
momento, según los expertos, lo único seguro es que Qin mandó construir su
tumba poco después de hacerse con la corona del país, y en ella pretendía
continuar disfrutando de los privilegios del emperador incluso en el más allá.
Y vaya si lo ha conseguido. A pesar de que el
tiempo es un enemigo formidable, como atestiguan las heridas que han sufrido
muchos de los soldados y de los caballos que ya han visto la luz decapitados o
tullidos, sorprende el buen estado en el que se han conservado las figuras. En
las últimas que han sido desenterradas incluso se ha salvado gran parte del
color original, un hecho que otorga aún mayor realismo a un ejército que, 2.200
años después de haber recibido tal misión, continúa guardando los restos del
padre de China. Y aportando una fuente sin fin de ingresos.
Porque no importa cuántas veces se hayan
visto en fotografías. Al natural, los
guerreros de terracota de Xi’an ponen la piel de gallina y bien valen los
casi 20 euros de la entrada. No impresiona solamente la magnitud del conjunto,
capaz de rivalizar con la megalomanía de los faraones egipcios. Asombra también
el detalle con el que están esculpidas estas figuras, retratos exactos
realizados a una escala mayor que la natural. Son arqueros y ballesteros,
miembros de la caballería con sus animales, infantería armada con todo tipo de
artilugios de la época, e incluso 35 carros tirados por caballos, de los que
solo quedan las efigies de los animales. Pero lo que más impacta es la
sensación de presenciar un yacimiento arqueológico que está vivo, y que
posiblemente no revele todos sus secretos jamás. Definitivamente, hace falta
que vaya Harrison Ford.
Imagem: Arqueólogos
chinos en los trabajos de restauración de los famosos guerreros de Terracota,
en una imagen de 2007. / EFE
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