sexta-feira, 18 de dezembro de 2015

La lección de los pobres


Una niña refugiada de República Centroafricana espera a ser atendida en el centro de Salud del campo de Maingama (al sur de Chad). / MARIBEL MARÍN

Chad, uno de los países más depauperados del mundo, pone a Europa ante el espejo: tiene 13 millones de habitantes y acoge a más de 645.000 desplazados por la guerra

ELPAIS

Hay un país en África cuya población está en condiciones de dar una lección de humanidad a Occidente. No es demagogia, es pura estadística. Ese país sin salida al mar es uno de los más pobres del mundo, en ese país la esperanza de vida es de 51 años, en ese país solo la mitad de la población tiene acceso al agua potable y más de tres millones de personas están en situación de inseguridad alimentaria. Y, pese a todo, ese país de 13 millones de habitantes, lastrado por la corrupción, el terrorismo de Boko Haram y la caída del precio del petróleo, comparte de forma silenciosa sus escasos recursos con más de 645.000 desplazados que huyen o han huido de la guerra en las naciones vecinas. Ese país es Chad, tiene el mismo presidente, Idriss Déby, desde 1990 y, como noveno Estado del mundo con más migrantes dentro de sus fronteras, ha asistido como el hermano pobre al regateo de 120.000 asilados protagonizado por la próspera Europa en nombre de sus 500 millones de ciudadanos.
"Somos conscientes de la situación en otras partes del mundo, pero estamos muy necesitados de ayuda. Chad no puede contener solo esta situación", dice Mahamat Ali Hassane, gobernador del Moyen-Chari, una de las regiones que más refugiados y repatriados acoge porel conflicto de la República Centroafricana y que EL PAÍS ha visitado invitado por Oxfam Intermón y ECHO, la oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea.
Tras una sucesión de guerras, invasiones y dictaduras, la que fue colonia francesa hasta 1960 —hoy en el puesto 184º de 187 del índice de desarrollo humano de Naciones Unidas— ha vivido en los últimos años la frágil estabilidad propia de un Estado fallido, seriamente amenazada además por el polvorín bélico que le circunda desde hace décadas y la crisis migratoria que lleva aparejada. No hay uno solo de los puntos cardinales de sus fronteras ajeno al fenómeno, porque no hay una sola de sus fronteras libre de conflicto.
En el norte, la pesadilla libia y la batalla por los recursos y el tráfico de armas; en el sur, los sanguinarios combates entre las milicias cristianas anti-Balaka y las musulmanas Séléka en la República Centroafricana, en las que se vieron implicados soldados chadianos, supuestamente encargados de contribuir a estabilizar la guerra y acusados en 2014 de atizarla al ponerse de parte de los rebeldes musulmanes; en el oeste, el terrorismo de Boko Haram que ha traspasado Nigeria para adentrarse en Camerún y el lago Chad, y en el este, sin tocar la línea fronteriza y pasado lo peor del conflicto racial entre árabes y negros en Sudán, Sudán del Sur, que trata de salir de la guerra civil.


sábado, 12 de dezembro de 2015

¿Lograremos la fotosíntesis artificial?


Científicos e ingenieros creen que esta tecnología desbancará definitivamente a los derivados del petróleo. Los últimos avances en este campo apuntan a que podemos llegar a hacerlo incluso mejor que las propias plantas

ELPAIS

Una hoja artificial hecha de silicio, níquel y cobalto e inspirada en una planta china (Anemone vitifolia) que produce energía cuando recibe la luz solar. Ese fue el original invento que, en 2011, presentó Daniel Nocera, reputado investigador del MIT (Massachusetts Institute of Technology), y que levantó gran expectación en la comunidad científica. Pero el proyecto no cuajó, y el prototipo del que se hacía eco la prestigiosa revista Science se ha quedado en nada. Pese a sus esfuerzos, Nocera no consiguió copiar a las plantas la receta secreta para desarrollar una tecnología comercialmente viable y eficiente que produzca energía almacenable a partir de rayos de sol, agua y una bocanada de dióxido de carbono.
Es imposible recrear con todo detalle las sofisticadas estructuras fotosintéticas naturales"
Y es que en lo que a eficiencia energética se refiere, la naturaleza nos lleva una gran ventaja. Después de todo, ha tenido miles de millones de años para perfeccionar el proceso que le permite capturar la luz y almacenarla como una energía química útil a través de la fotosíntesis. "Cuando intentamos copiar estos procesos en el laboratorio usamos sistemas mucho más escuetos que contienen solo las partes esenciales del proceso, porque es imposible recrear con todo detalle las sofisticadas estructuras fotosintéticas naturales", admiteLisa M. Utschig, bioquímica del Laboratorio Nacional Argonne. Y sabe bien de lo que habla. Lleva más de dos décadas estudiando el proceso y asegura que, en los intentos de copiar la fotosíntesis en el laboratorio, "es posible que estemos omitiendo algo que emplea la naturaleza para que el proceso sea eficiente".
"A veces no sabemos qué piezas son esenciales para copiar la fotosíntesis hasta que las probamos, lo que hace que los experimentos sean más desafiantes, pero también que estemos ante un divertido misterio que resolver", añade. Con esta actitud detectivesca, Utschig no para de buscar pistas, y sus últimas pesquisas apuntan a que la clave puede estar en los intercambios moleculares.
Para entender a qué se enfrentan los investigadores hay que tener en cuenta que la principal diferencia entre la fotosíntesis natural y la artificial es que mientras las plantas, algas y bacterias captan la luz solar y la almacenan en forma de azúcares que consumen las células, en el laboratorio la energía se almacena en moléculas de hidrógeno. "Esto es importante porque el hidrógeno es un combustible limpio, que cuando se quema solo genera agua, y puede ser almacenado", aclara Utshig.

Lisa M. Utschig, bioquímica del Laboratorio Nacional Argonne.
En su último experimento, Utschig y sus colegas han combinado tres elementos: una proteína extraída de las espinacas, un fotosintetizador que absorbe la luz y un catalizador que produce una molécula de hidrógeno. Cuando el sistema se ilumina, el fotosintetizador emite dos electrones que, después de atravesar la proteína, llegan al catalizador, que es el que genera hidrógeno. Lo que el equipo de Utschig ha hecho es observar con técnicas espectroscopía óptica y de resonancia paramagnética este movimiento de los electrones de un modo que no se había observado antes. Una vez que no lo analicen sabrán dónde se pierde eficiencia y podrán perfeccionar el proceso para lograr que la fotosíntesis artificial sea una realidad.
122 millones de dólares invertidos en el Joint Center for Artificial Photosynthesis (JCAP) y ocho equipos de investigadores dedicados en exclusiva a desarrollar la fotosíntesis artificial dan la idea de que Estados Unidos apuesta de lleno por este futuro energético. Uno de esos equipos está liderado por el físico y matemático John Gregorie, cuya misión es que el conocimiento científico sobre la fotosíntesis se convierta en "innovación real". "Capturar la luz eficientemente, llevar a cabo reacciones catalíticas para obtener hidrógeno y separar el combustible para su extracción sencilla son tres procesos desafiantes que están más que conseguidos por separado en el laboratorio", asegura Gregorie.
Y aunque todos necesitan mejoras, a su entender "el mayor reto actual de los ingenieros consiste en combinar los tres en un solo dispositivo que cumpla el doble requisito de eficiencia y durabilidad". En el JCAP tienen ya un prototipo que, según sus propias palabras, "produce hidrógeno con una eficiencia que excede a la de la fotosíntesis natural". El reto de Gregorie y su equipo ahora es "establecer métodos que permitan testar nuevos materiales y nuevos conceptos rápidamente en los dispositivos, para acelerar el ciclo de desarrollo tecnológico de varios años a solo unos meses".
EE UU ha invertido 122 millones de dólares y ocho equipos de investigadores a desarrollar la fotosíntesis artificial
Parece que el final del camino empieza a vislumbrarse. Lograr la fotosíntesis artificial revolucionaría el campo de las energías renovables porque ofrece "la capacidad única de generar todo el combustible líquido que necesitamos sin carbono", reflexiona Gregorie. Pero sustituir los combustibles fósiles por luz de sol implica mucho más que reducir la emisión de gases a la atmósfera, con el consiguiente beneficio para el clima. "La luz solar no es geopolítica y es gratis para todos", afirma con esperanza Utschig. Gregorie coincide en este enfoque, pero a la vez advierte que hay que ponerse a trabajar de inmediato en una estrategia de desarrollo conjunta entre científicos, ingenieros y políticos. "Desarrollar una infraestructura revolucionaria para esta nueva forma de energía no es cuestión de años sino de décadas, y exigirá además una evolución en políticas energéticas", reflexiona.